Recuerdo cuando me enseñó que cualquier emoción que saliera
de mi sería falsa tan solo por la inexperiencia, recuerdo haberlo visto
subestimando cualquier detalle de mi personalidad, pero confiando plenamente en
que algún día podría hacer de mi una mejor persona.
No existe un día en que lo piense y su ausencia no se
agigante desde el centro de esa masa muscular que late hasta mi garganta, como
una especie de navaja que se entierra una y otra vez.
Hay días en lo que creo estar en una maldito sueño, su voz
me duele entre los ojos, y es una mancha blanca que empeora mi salud.
¿Cómo será su rostro ahora? ¿Por qué fue a vivir los caminos
de la felicidad tan lejos de mí y con otra persona? Me gustaría haber estado
ahí, justo en el centro, detestando a esa mujer tan solo por apoderarse de su
corazón.
Solo he sentido odio estos años, cada vez que su nombre
suena por un lado u otro, él por su parte está muy decepcionado de que mi vida
haya continuado, o tal vez está feliz de que ya no lo piense más.
¿Cómo saber si ya está muerto?
Y se burla, como si no hubiese arruinado mi vida, se burla
con su destino tan conciso y con su crecimiento espiritual, como si no hubiese
estado pudriéndome y contando los días desde la última vez que lo vi.